La Minifalda
Según la teoría de Royster, anunciada en un medio tan grave y circunspecto como el Wall Street Journal,
"la línea de la falda y la visibilidad de los pechos son directamente proporcionales a la prosperidad económica".
No es extraño, pues, que en 1964 una joven diseñadora inglesa, Mary Quant, lanzara la minifalda, rompiendo los Viejos Cánones y Tabúes.
Eran tiempos de fuerte expansión económica. Liberemos nuestras piernas, pechos y abdómenes, gritaron las jóvenes sesenteras y mostremos al mundo, orgullosas, nuestros argumentos. De qué material están hechos los sueños.
La Dictadora de la Moda y el Estilo del Siglo Veinte, Coco Chanel, despreció la transgresora innovación, puesto que, según ella, la rodilla era una fea bisagra que no debía ser mostrada.
Las chicas ya no querían vestirse como sus madres. Exigían (y podían pagar) una ropa exclusiva, para ellas mismas. La minifalda contribuyó sobremanera al surgimiento de una Moda Juvenil. Un estilo libre de ataduras, anticonvencional. Llevar la falda corta era una seña de identidad, un grito (desafiante) de rebeldía frente al Mundo Adulto.
En contra de lo que entonces se creyó (y aún hoy se sigue creyendo), la minifalda no era una argucia machista para degradar a la mujer, para potenciar su monocultivo como objeto/fetiche sexual. A mi juicio, llevar minifalda era un gesto orgulloso de la Nueva Mujer. Mirad, cretinos, nosotras controlamos el juego, imponemos las reglas. Nos las ponemos porque nos gusta. No necesitamos escondernos. Cuando os tranquilicéis y dejéis de babear os permitiremos que os acerquéis a nosotras.
Los precedentes de tan telúrica invención se remontan a los livianos y escuetos vestiditos que las patricias ciudadanas de Roma lucían en los peplums del Hollywood cincuentero. En la Meca, siempre se ha tendido a la sublimación, por lo que en Roma, al menos en las películas, siempre era verano y lucía el sol. Espléndida excusa para que las actrices lucieran sus rotundos muslos de all-american-girls. Otra temprana pionera fue Anne Francis, que en El Planeta Prohibido (1956, Fred M. Wilcox) lucía modelitos cortos bastante insinuantes.
Cuando Miss Quant abrió Bazaar en Kings Road, no sabía que también destapaba la caja de los truenos. El caduco Mundo Adulto (tranquilo abuelo, que te va a estallar la próstata) quedaba lejos. Y fueron las mujeres las que tiraron primero del carro de la contestación y la rebeldía juveniles. El terremoto fue tan intenso que hasta el racial y autóctono pensador almeriense Manolo Escobar contraatacó, un poco atemorizado, con una recomendación - que era más bien una súplica - en su coyuntural opúsculo, No me gusta que en los toros te pongas la minifarda.