Giré la llave de contacto y apagué el motor. Miré el reloj. Las 21:54. Perfecto. Odio llegar tarde cuando una mujer que no usa ropa interior en su casa me invita a cenar allí. Esperé a que Neil Tennant cantara las últimas estrofas de Rent.
But look at my hopes, look at my dreams
the currency we've spent
I love you, you pay my rent
I love you, you pay my rent
It's easy, it's so easy
Desconecté el iPod del sistema de sonido y lo guardé en la guantera. Metí el blackberry en el bolsillo interior de la americana. Pesaba mucho y abultaba, pero son los pequeños y soportables defectos de cualquier tecnología emergente. Además, a las tías les encanta que les deje mandar un e-mail a sus amigas mientras cenamos en un restaurante. Reparé en la bolsa de plástico del asiento contiguo. Resoplé fuerte, la cogí y salí del coche.
Me molestaba un poco el elástico de los calzoncillos Calvin Klein que estrenaba. Esperé a estar dentro del ascensor para equilibrar los pesos y volúmenes de la zona. Llamé al timbre. ¡Mierda!, eso no era un timbre, era un mantra dígito-tibetano. Como me temía, Joanna seguía ampliando su manía zen a todos los rincones de su piso.
- Pasa... Bienvenido a mi modesto refugio personal.
Joanna tenía un ligero acento francés, vaya usted a saber por qué. Era atractiva, pero no arrebatadora. Joven, pero no demasiado. Eso sí, su cuerpo era espectacular. La tenue túnica color azafrán que lucía permitía una completa evaluación del conjunto. Y, efectivamente, hoy tampoco llevaba ropa interior.
Nos sentamos a la mesa primorosamente dispuesta para la cena. El minimalismo decorativo y tonal del apartamento hacía daño a los ojos. Afortunadamente, cuando me dedico a la caza mayor, soy un ecléctico del interiorismo. Dejé el blackberry discretamente en una esquina de la mesa. Ella sonrió y dijo muy enfáticamente:
- Me gusta más mi treo.
Y lo colocó en la mesa con gesto de camionero al que le acaba de tocar la lotería.
- Voy a poner un poco de música.
Volví a disfrutar de la visión de su apetecible popa mientras salía de la habitación. A los pocos segundos, esa odiosa música new-age-meditativa de cascadas, pajaritos, flautas de bambú y llamadas al apareamiento de los osos panda en celo empezó a sonar. ¡Maldito Pilates!, bramé en mi interior.
-Desde que actualicé a Tiger, mi iTunes funciona mucho mejor.
Sí, era maquera. Escuchábamos la música desde su iMac G5 conectado inalámbricamente a la cadena musical mediante un AirPort. Me concentré en sus tetas para alejar pensamientos oscuros.
Tras la sopa de algas y no se qué otros engendros marinos, vino el tofu. Joanna seguía hablando del trabajo. Era un alto cargo del departamento de marketing de una empresa IT. Y no paraba de subrayar cualquier término en inglés con su exquisito acento de la zona norte de Londres. Ahora sonaba el viento entre las hayas noruegas y ese maldito violín japonés. Cuando me estaba contando su nueva estrategia de segment targeting, estrellé el plato de tofu en la pared con cierta violencia. Le agarré las muñecas con toda la fuerza que un detractor furibundo del equilibrio zen puede desarrollar y la arrastré hasta el dormitorio. La empujé violentamente sobre la cama.
Jadeaba, pero no parecía especialmente alterada. Sus ojos brillaban con una furia lasciva más que evidente. Su pecho subía y bajaba violentamente, impulsado por una respiración rápida e intensa. Se acomodó en la cama y abrió las piernas. Mi polla, que no era muy partidaria del zen, buscaba una vía de acomodo (o de escape) a su insistente crecimiento. Le rompí la túnica de un solo y preciso zarpazo.
Me despertó un ruido de olas mezclado con un arpa birmana, o conquense. Recién despierto no soy muy bueno distinguiendo arpas. El maldito ordenador seguía escupiendo esa abyecta basura ambiental. Me levanté a cortar semejante tortura. Cuando regresé a la habitación, ella seguía durmiendo. Tan desnuda como relajada. Habíamos follado con cierto ímpetu, por lo que el descanso era aconsejable. Me acosté muy bruscamente, y la desperté. Me acarició el arpa y se levantó.
-Tengo sed. ¿Quieres un zumo de acerola?
No contesté. Regresó con la bolsa que yo había traído y el mismo brillo lujurioso en los ojos de antes.
-¿Todo esto es para mí?
Salté de la cama e intenté arrebatarle la bolsa con violencia. Ella resistió, yo tiré más fuerte, la bolsa se rompió y su contenido se espació por el suelo. Una tortilla de patatas y cebolla en un tupper, un cartón de Marlboro, unos cd's de Andy y Lucas, Bisbal y Metallica, una caja de bombones baratos del Lidl, un ¡Hola!, y una lata de fabada Litoral.
-Si quieres el género, esta vez vas a tener que chupármela como Jobs manda, bonita...
Sonreí malévolamente. Me asusté un poco, porque ella respondió mi sonrisa con otra aún más perversa que la mía...