3 de junio de 2005

heredar

heredar.

(Del lat. hereditāre).

  1. tr. Suceder por disposición testamentaria o legal en los bienes y acciones que alguien tenía al tiempo de su muerte.
  2. tr. Recibir algo propio de una situación anterior.
  3. tr. Dicho de una persona: Instituir a otra por su heredera.
  4. tr. coloq. Recibir de alguien algo que este ha usado antes.
  5. tr. Biol. Dicho de los seres vivos: Recibir rasgos o caracteres de sus progenitores.
"Las toxinas podrían transmitirse de generación en generación. Productos químicos tóxicos que envenenaron a sus bisabuelos podrían dañarle a usted también, según sugieren unos investigadores de la Washington State University".

Vía: BBC News

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Satisfacción remota

la cibernética es nutritiva

Este blog, en su inequívoca voluntad de servicio público que guía sus pasos, rastrea incansablemente la Red en busca de contenidos que mejoren los estándares vitales de sus lectores. Así, hemos podido descubrir en Wired un concepto pleno de posibilidades lúdico-festivas, los teledildonics, que podrían definirse como unos dispositivos electrónico-mecánicos que, mediante programas de ordenador ad hoc, permiten la interrelación sexual a distancia.

Ya veo al escéptico de turno enarcando una ceja y musitando: "Eso es una fantasía irrealizable". Pues no, querido amigo. Ya es algo real. Visite Thrillhammer y lo comprobará. En esta página, tras la pertinente alta, se puede manipular vía web y en tiempo real un fascinante y completo dispositivo susceptible de penetrar y estimular cualquier orificio de la intrépida profesional de turno, hasta llevarla al orgasmo, que fingido o no, tiene su mérito, dado que miles de kilómetros nos separan de nuestra compañera de juegos. Monitorizando toda la operación, claro está, mediante vídeo de alta calidad.

He aquí una cita de la mencionada web, aterradora en su asepsia y precisión descriptivas.

"The thrillhammer is a tele-dildonic fully-functional sex machine with a Sybian-style female gratification device with various after market modifications. It's capable of 150 RPM spinning rotation for G-spot stimulation and vibration speeds in excess of 6,500 RPM".

En esta bitácora no nos conformamos con la pasiva degustación de lo que la realidad nos ofrece. Vamos un paso más allá, invitando a todos a protagonizar la experiencia desde el primer momento, mediante la construcción real de aquellos aditamentos que posibilitan y que potencian nuestro placer. Así, en el mencionado artículo de Wired se entrevista a un ingeniero experto en robótica, que asegura que con unos pocos cientos de dólares cualquiera puede fabricar en su casa su propio teledildonics. En su web, Slashdong, hay abundante documentación y ayuda para que todos construyamos nuestra máquina del placer. Por tanto, ya no hay excusas para no profundizar en los aspectos más carnales de una relación con ese estibador de Brisbane que conocimos en un chat, o con aquella camarera de Vancouver que comparte nuestros mismos gustos en e-Bay.

Ya lo saben, el futuro son los teledildonics.

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31 de mayo de 2005

Un relato high-tech

Giré la llave de contacto y apagué el motor. Miré el reloj. Las 21:54. Perfecto. Odio llegar tarde cuando una mujer que no usa ropa interior en su casa me invita a cenar allí. Esperé a que Neil Tennant cantara las últimas estrofas de Rent.

But look at my hopes, look at my dreams
the currency we've spent
I love you, you pay my rent
I love you, you pay my rent
It's easy, it's so easy

Desconecté el iPod del sistema de sonido y lo guardé en la guantera. Metí el blackberry en el bolsillo interior de la americana. Pesaba mucho y abultaba, pero son los pequeños y soportables defectos de cualquier tecnología emergente. Además, a las tías les encanta que les deje mandar un e-mail a sus amigas mientras cenamos en un restaurante. Reparé en la bolsa de plástico del asiento contiguo. Resoplé fuerte, la cogí y salí del coche.

Me molestaba un poco el elástico de los calzoncillos Calvin Klein que estrenaba. Esperé a estar dentro del ascensor para equilibrar los pesos y volúmenes de la zona. Llamé al timbre. ¡Mierda!, eso no era un timbre, era un mantra dígito-tibetano. Como me temía, Joanna seguía ampliando su manía zen a todos los rincones de su piso.

- Pasa... Bienvenido a mi modesto refugio personal.

Joanna tenía un ligero acento francés, vaya usted a saber por qué. Era atractiva, pero no arrebatadora. Joven, pero no demasiado. Eso sí, su cuerpo era espectacular. La tenue túnica color azafrán que lucía permitía una completa evaluación del conjunto. Y, efectivamente, hoy tampoco llevaba ropa interior.

Nos sentamos a la mesa primorosamente dispuesta para la cena. El minimalismo decorativo y tonal del apartamento hacía daño a los ojos. Afortunadamente, cuando me dedico a la caza mayor, soy un ecléctico del interiorismo. Dejé el blackberry discretamente en una esquina de la mesa. Ella sonrió y dijo muy enfáticamente:

- Me gusta más mi treo.

Y lo colocó en la mesa con gesto de camionero al que le acaba de tocar la lotería.

- Voy a poner un poco de música.

Volví a disfrutar de la visión de su apetecible popa mientras salía de la habitación. A los pocos segundos, esa odiosa música new-age-meditativa de cascadas, pajaritos, flautas de bambú y llamadas al apareamiento de los osos panda en celo empezó a sonar. ¡Maldito Pilates!, bramé en mi interior.

-Desde que actualicé a Tiger, mi iTunes funciona mucho mejor.

Sí, era maquera. Escuchábamos la música desde su iMac G5 conectado inalámbricamente a la cadena musical mediante un AirPort. Me concentré en sus tetas para alejar pensamientos oscuros.

Tras la sopa de algas y no se qué otros engendros marinos, vino el tofu. Joanna seguía hablando del trabajo. Era un alto cargo del departamento de marketing de una empresa IT. Y no paraba de subrayar cualquier término en inglés con su exquisito acento de la zona norte de Londres. Ahora sonaba el viento entre las hayas noruegas y ese maldito violín japonés. Cuando me estaba contando su nueva estrategia de segment targeting, estrellé el plato de tofu en la pared con cierta violencia. Le agarré las muñecas con toda la fuerza que un detractor furibundo del equilibrio zen puede desarrollar y la arrastré hasta el dormitorio. La empujé violentamente sobre la cama.

Jadeaba, pero no parecía especialmente alterada. Sus ojos brillaban con una furia lasciva más que evidente. Su pecho subía y bajaba violentamente, impulsado por una respiración rápida e intensa. Se acomodó en la cama y abrió las piernas. Mi polla, que no era muy partidaria del zen, buscaba una vía de acomodo (o de escape) a su insistente crecimiento. Le rompí la túnica de un solo y preciso zarpazo.

Me despertó un ruido de olas mezclado con un arpa birmana, o conquense. Recién despierto no soy muy bueno distinguiendo arpas. El maldito ordenador seguía escupiendo esa abyecta basura ambiental. Me levanté a cortar semejante tortura. Cuando regresé a la habitación, ella seguía durmiendo. Tan desnuda como relajada. Habíamos follado con cierto ímpetu, por lo que el descanso era aconsejable. Me acosté muy bruscamente, y la desperté. Me acarició el arpa y se levantó.

-Tengo sed. ¿Quieres un zumo de acerola?

No contesté. Regresó con la bolsa que yo había traído y el mismo brillo lujurioso en los ojos de antes.

-¿Todo esto es para?

Salté de la cama e intenté arrebatarle la bolsa con violencia. Ella resistió, yo tiré más fuerte, la bolsa se rompió y su contenido se espació por el suelo. Una tortilla de patatas y cebolla en un tupper, un cartón de Marlboro, unos cd's de Andy y Lucas, Bisbal y Metallica, una caja de bombones baratos del Lidl, un ¡Hola!, y una lata de fabada Litoral.

-Si quieres el género, esta vez vas a tener que chupármela como Jobs manda, bonita...

Sonreí malévolamente. Me asusté un poco, porque ella respondió mi sonrisa con otra aún más perversa que la mía...

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