30 de septiembre de 2004

Relato A

5 de la mañana.

Un grupo de amig@s separad@s y/o divorciad@s te ha arrastrado a un tugurio suburbial infecto, lleno de adolescentes, reponedores/as, y amantes del tuning.

Demasiadas tetas apretadas, demasiados músculos de gimnasio, demasiados paquetes abultando en tejidos ultramodernos adquiridos en cualquier franquicia.

Demasiado sudor.

Suena Chayanne a un volumen prohibido por la OMS.

La vida inteligente más próxima está a más de 2.000 kilómetros.

Estás aburrido en la barra terminándote tu cuarto Havanna 7 con limón. Tus amig@s están retorciéndose en la pista de baile, con la vana intención de depredar presas más jóvenes.

No hay esperanza. Tan sólo queda aguardar a que el alcohol que corre por tu flujo sanguíneo empiece a amortiguar y desdibujar el entorno.

Repentinamente, se acerca una morena, de edad indefinida e irrelevante, de algo más de 1.80, mejor rematada que el Guggenheim. El fino vestido apenas contiene los poderosos argumentos de la susodicha vivípara.

Y tú adoras las vivíparas caras y bien rematadas.

Ella no vacila una fracción de segundo. Se pega a ti a tiro de lengua, te quita la copa, y se la bebe de un trago intenso, ansioso y rápido.

Sin solución de continuidad, se aferra fuerte a tu órgano favorito, y ronronea: el frotar se va a acabar.

Y tú te preguntas, ¿hay algo más perturbador que todo esto?

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