Tom Jones
El Tigre de Gales. El Semental de Titanio. El Minero de la Garganta Dorada (como Antonio Molina). Llegó al sofisticado y alegre Swinging London con sus patillas obreras y laboristas, el paquete prieto, la mandíbula de acero desactivada por una resplandeciente sonrisa y todos los redaños hambrientos de un pequeño valle minero del sur de Gales. Y arrasó, naturalmente.
Una presencia tan poderosa y rotunda como la voz. Con It's Not Unusual llegó al Número 1 en Marzo de 1965. Otro Héroe-de-la-Clase-Trabajadora. Traía consigo un material muy caliente. Todavía le recuerdo, con su americana, tan entallada como italianizante, cantando en Tower Bridge. Él no era un refinado jovencito de Arts School. Él era la arrogancia y el descaro Clase Baja. Desplegaba como nadie su Halo Macho. Las obrerillas y dependientas mod se desmayaban al oírle cantar Green, Green Grass of Home (1966), I'm Coming Home (1967), (It's Looks Like) I'll Never Fall in Love Again (1967), o Delilah (1968).
Jones encantaba. Estremecía con sus baladas sacudidas por el romanticismo viril del Amante Soñado. Nada de sutilezas. De nuevo el Viejo Truco: un Hombre-Hombre, sin fisuras, sin ambigüedades, manejando el Material Caliente con desgarradora ternura. También las jovencitas americanas, años antes, se sofocaron y sucumbieron ante el Diablo de Memphis. Jones no era un gentleman, ni falta que hacía. Olía a todos sus flujos corporales.
Su voz no sucumbía ante los torrenciales y estrepitosos arreglos orquestales, que derrochaban violines, coros y vientos en Help Yourself (1968) o Love Me Tonight (1969). Ni ante la pujanza barroca de Bacharach en What's New, Pussycat? (1965). Como su ídolo americano, el galés se fue a menear la pelvis a Las Vegas. Los cantantes de origen humilde tienen ansias de dinero rápido, de lujo-¡ya! , y suelen acabar chorreando lentejuelas y lamé dorado.
Jones ha tenido algunas apariciones súbitas y espectaculares hasta hoy en día, para demostrar que sigue conservando el magnetismo animal y tosco-macarra. Una de las últimas (y la mejor), su impagable cameo en Mars Attacks! (1997, Tim Burton), incluido ese final delirantemente surrealista y kitsch.
Tom Jones, una demostración inapelable de que entre la bruma, en las Islas de la Gélida Corrección, pueden surgir voces negroides y minerales capaces de encender las bajas pasiones, de convocar fantasías de Sexo Contundente y Satisfactorio de Sábado Noche sudoroso y cervecesco.
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