Oigo voces (I)
El secreto del éxito es mantenerlo en secreto.
Una vez conocí a un tipo cabal, un hombre de los pies a la cabeza. Cazaba su comida, se había construido su casa con sus propias manos. Cortaba su leña. Compilaba sus kernels. Jamás se masturbaba sin lavarse antes las manos. Reparaba todas las averías de sus máquinas y aparatos. Destilaba su propio whisky. Y ordeñaba a sus vacas. Lo que nunca averigüé es si también las masturbaba, y si era así, si se lavaba las manos antes.
El hombre sabio sigue su propio camino, sin importarle la opinión de los demás, o la fuerza del monzón. El hombre necio se compra otro iPod. En pleno monzón.
Una vez conocí a un blogger asturiano seguidor de Ferrari, usuario de Mac, con sentido del humor y al que no le preocupaban las estadísticas de visitas de su blog. Estaba loco, claro.
El sexo está muy sobrevalorado. Hay cien cosas mejores que él. El problema es que nadie sabe cuáles.
¿Ya? ¡Si ni siquiera se me ha secado la laca de las uñas! En ese momento supe que algo fallaba en nuestra relación.
Una amiga mía había encontrado la relación perfecta. Vivía con un loro. No tenía que lavarle la ropa, no tenía que fingir que entendía lo que hablaba y aunque le daba de comer no tenía que acostarse con él. ¡Ah! Y no le gustaba la Fórmula 1.
Si un día, al dar los buenos días a tu compañera, no recuerdas su nombre, tienes dos opciones: huir, y huir más deprisa
¿Hace falta lavarse las manos antes de empezar a destilar tu propio whisky?
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