Asesinato en la Ceremonia de entrega de los Premios 20 Blogs
Sí, yo era el último que había llegado a la redacción y, además, era el más joven con diferencia en una sección en la que la edad media de sus integrantes era lo suficientemente elevada como para que su interés por la cultura y las últimas tendencias fuera el mismo que el que sentían por la extinción de las focas monje. Ahora bien, todo esto no podía justificar la infamia de haberme enviado a cubrir la entrega de unos premios que sólo le interesaban al anfitrión, y a las madres y abuelas de los finalistas. Y ni siquiera a todas las abuelas, porque sólo uno de los premiados sacaba tajada monetaria del asunto. El resto recibía una estatuilla que parecía obra de un escultor de esos que tanto gustan a los alcaldes socialistas de las ciudades-dormitorio de los grandes cinturones metropolitanos, y un diploma mal maquetado en Word. Localicé al camarero de la bandeja suculenta y me agencié mi segundo whisky, que sin ser bueno al menos no sabía a benzol, como el de la inauguración del pasado lunes de la exposición de aquel pintor conquense que insistía en hablar con acento francés y que era amante de la coprofagia.
El acto aún no había empezado, por lo que los asistentes se entretenían en lucir alternativamente sus ingenios y sus genitales, mientras fingían que no les interesaban en absoluto los premios, el dinero, ni los programas del corazón de las cadenas televisivas. Encontré un rincón más o menos solitario donde refugiarme al calor de un tercer bebedizo y una buena ración de jamón de bellota que había requisado a un camarero letón, o al menos con una pinta de letón bastante homologable. Está bien, había sido un buen chico, había obedecido la orden y estaba allí, pero no estaba dispuesto a cruzar ni una sola palabra con aquellos blogueros atorrantes, en su mayoría analfabetos funcionales, que creían que habían inventado el periodismo ciudadano, inmediato e interactivo 3.0, 4.0 o 5.0. ¡Maaaaammmmbo! Yo era un profesional titulado, que hablaba dos idiomas y que había cursado un máster en una universidad impecablemente anglosajona. Y era, y sonreí al recordar el tópico, un periodista de raza. Aquellos ventrílocuos de Internet no encontrarían una auténtica noticia ni aunque se la tatuasen en el bajo vientre.
Siendo ésta una gran humillación, no era, sin embargo, lo peor. Lo peor había llegado hace quince días, cuando el redactor jefe me conminó, y cito su frase textual, a que me empapara del espíritu de la blogosfera hispana. No estaba seguro de haberme empapado lo suficiente, pero aburrirme me había aburrido. Mucho. Aquel inmenso océano de mediocridad. Todos aquellos jóvenes (y a veces no tan jóvenes) sensibles a los que el exceso de hormonas ofuscaba su nulo talento narrativo. O esos colgados de los aparatos que comunicaban, alborozados, que habían conseguido hacer funcionar en su iPod un programa en linux para rellenar la Primitiva. O esos pedantes pretenciosos y sin criterio, ético o estético, que no dejaban de regurgitar en sus blogs las creaciones de los ilustradores y los fotógrafos más cool. O los adoradores de las últimas necedades de la cultura trash japonesa. O los que ponían vídeos de Luis Aguilé y demás luminarias del Bajo Franquismo. Dada mi naturaleza obstinadamente heterosexual, los únicos momentos de paz y sosiego espirituales en tan titánica labor habían llegado en las visitas a las webs de esas muchachas que se fotografian o filman en tanga y sujetador. Cierto es que en ocasiones amenazan arteramente con reflexiones íntimas o desgarradores poemas, pero con no leerlos...
A pesar de que los organizadores, previsores y certeros, habían ubicado el sarao en un recinto de dimensiones faraónicas, suficientes para contener los descomunales egos de los invitados, la desgracia se hizo tangible en forma de camarero con bandeja repleta de ahumados y canapés de marisco, que recaló muy cerca de mi solitario refugio. No tardó en entrar en su órbita un planeta y un grupo de satélites y corpúsculos más o menos errantes. El planeta en cuestión era un blogstar etiqueta negra, seguido por su cortejo de acólitos y coristas. Aquella adoración era como la que sienten los artistas principiantes por los Maestros Consagrados, aunque había podido comprobar empíricamente que si criticabas furibundamente a alguno de éstos rara vez había reacciones en contra de tu opinión, mientras que si se te ocurría censurar en un medio offline a un pope de la blogosfera, a los treinta minutos te habías convertido en el criminal más buscado por el FBI.
No dejaban de parlotear de taxonomías, del intelligent tagging, y de las delicias del delicious... Eran peor que la tuna... Usaban demasiadas palabras con un número de sílabas que ni ellos, ni el común de los mortales, eran capaces de articular con propiedad. Cuando el planeta empezó a pontificar sobre la web semántica empecé a fantasear con los Diez Venenos Más Letales e Indetectables que, curiosamente, había mencionado en su blog. Afortunadamente, la entrega de galardones comenzó, por lo que dejaron su jerigonza 2.0 y se dedicaron a lo que les había llevado allí: criticar y despellejar, pública e inmisericordemente, a todos los premiados y nominados.
Pasaban los minutos y pasaban los agraciados. ¡Por Polanco y las diez plagas de Egipto! Había más categorías que en los Grammy. Aunque en éstos de vez en cuando sale al escenario una tía buena semidesnuda y algo pasada de coca que aligera un poco el espectáculo. Aquí no. Todo era buen rollo, falso espíritu de camaradería grupal y corrección política. Y, por lo visto, entre las blogueras presentes no había ninguna con un vestido de escote vertiginoso que hubiera abusado de ciertas sustancias psicotrópicas. Aunque el hecho de que por mis venas corriera más líquido de procendencia escocesa que sangre nublaba un tanto mi juicio, hasta tal punto que estoy casi seguro de que ya no podría diferenciar una web de una fragata.
Llega el Premio al Mejor blog de Sexo y Nuevas Tecnologías. La galardonada es una documentalista algo disléxica de Sonseca que se hace pasar por una insaciable y devoradora dominatrix bisexual, culé y maquera acérrima. Entrega la distinción un conocido pornógrafo y gastrónomo de Palafrugell. En tan gozoso momento, como dice la canción, de repente suena un disparo como un cañón. El pornógrafo se abalanza sobre la documentalista y caen ambos al suelo con cierta aparatosidad. Gritos, carreras, unos vasos que se rompen... Y cuatro vigilantes de seguridad que placan a la que por su vestimenta y peinado parece una imitadora de Louise Brooks. Ahora bien, la contundente realidad de pesar ciento diez kilos y lucir una poblada barba afean un tanto el conjunto. El pornógrafo y la documentalista se levantan del suelo sanos y salvos. El presentador del evento, retrechero y juncal, aparece y calma a la audiencia, informando de que todo se trata de una broma. Que el arma no es real. Uno de los satélites dice un nombre y todos asienten complacidos. Al parecer, el falso agresor y la documentalista son enemigos irreconciliables y se han cruzado en numerosas ocasiones críticas e insultos en sus respectivos blogs. Otro señala que es algo que ella se venía mereciendo por haber cerrado los comentarios de su bitácora. Más allá alguien apuntala esto último afirmando que un blog sin comentarios no es un blog. El planeta disiente. Y todos se vuelven a enzarzar en una discusión X.0. La ceremonia se reanuda.
Yo, por mi parte, tomo la decisión definitiva. Beber hasta que todos los bloggers o todos los camareros me parezcan letones. Lo que ocurra antes. Es mejor así. Porque a estas alturas de la fiesta ya no emplearía balas de fogueo.
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5 comentarios:
Muy bueno y muy muy muy divertido. Gran texto. Un saludo.
Saludos, compañero del metal Enrique.
Ciertamente espléndido.
A mí no me mireis. Yo no estaba allí.
jajaja, genial!
cuánto daño han hecho esos premios (y cuanto podrían haber hecho con las balas adecuadas...)
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