Como los tiburones enloquecidos por su propia sangre
Un empleado, cegado durante un tiempo por la belleza de la esposa de su jefe, asiste al acto final de destrucción mutua de sus empleadores.
Toda la ambición, la avaricia, las pasiones se reflejan en un juego de espejos, en un juego de vida y muerte. Pero las cartas están marcadas. Ningún reflejo falso puede evitar lo inevitable.
Los ambiciosos morirán. Su pulsión de poseer es más fuerte que la de vivir. Y el empleado, un falso inocente, se alejará de todo ello con un sólo propósito: olvidar.
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