El negocio y el placer
Cuando un cliente mío me va cogiendo confianza sé que, tarde o temprano, me hará la pregunta. Siempre la misma pregunta. Oye, ¿tú follas por placer?. Y siempre ponen la misma cara y me miran como si fuera una mesa-camilla o un oso hormiguero. Al principio me cabreaba que siempre me tocaran los ovarios con lo mismo. Ahora ya no me molesta porque sé que los hombres sois animales simples.
Vamos a ver si lo explico clarito para que todos ustedes, caballeros, lo entiendan. Sí, sí follo por gusto, y me corro de verdad, y me excita que me toquen donde me gusta, y me pone cachonda jugar y decirle al chico en cuestión ven aquí, lobo mío, y cómeme entera. A ver qué se habían creído ustedes. Que una no es de escayola.
Toda práctica profesional tiene su parte de oficio y su parte de dominio de la herramienta. En mi trabajo también. Una sabe desconectar, tocar las teclas precisas, gemir y moverse lo justo para pasar el trámite y que el cliente salga contento de la faena. El oficio ya lo tengo controlado y mis herramientas las conozco desde que me empezó a crecer pelo ahí. Es lo que dicen en la sección de economía de los periódicos, la excelencia profesional.
Entiendo que la confusión puede venir porque la gente no le tiene cariño a su oficio. Todos creen que lo mío es como los pasteleros, que como andan todo el día liados con el dulce, acaban aborreciéndolo. No, amigos míos, no. Follar es una necesidad básica. ¿O es que los que trabajan en empresas de agua y electricidad no encienden la luz o no beben agua, o los que plantan las patatas no se las comen, o los que trabajan en una fábrica de colchones no tienen cama? Al follar no se le coge manía.
Cuando estoy trabajando, naturalmente, casi nunca siento gran cosa. Es lógico, una está a lo que está. Pero a veces sí me pongo burra con determinado cliente, porque me gusta lo que me está haciendo, o vaya usted a saber por qué. Esto no es como hacer palomitas en el microondas, no es una ciencia exacta. Pero son muy pocas veces. Creo que el único cliente que con el que disfruto siempre es Roberto, un administrativo de una notaría. Teníais que verle. Delgadito, bajito, muy poquita cosa, muy callado, muy serio. Y tampoco la tiene grande. Pero en la cama hace diabluras. Y dura, dura, dura... Él lo achaca a que hace yogas, y zen, y mantras, y no sé cuántas cosas más. Le va ese rollo. Y no le deben de faltar amigas, porque conozco yo a unas cuantas señoras que si les hace lo que me hace a mí le retiran y le ponen un piso. Yo creo que él viene a verme para lograr el equilibrio cósmico de su pilates, o algo así.
Así que ya lo saben, señores. No le vuelvan a hacer esa pregunta a su puta de cabecera. Nosotras somos como, por ejemplo, los informáticos, que después de estar todo el día trabajando con las máquinas, llegan a casa y enchufan la computadora para escribir en su blog, ver un DVD o echar unas partidas con un videojuego.
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