El cambio climático empezó ayer
Un fogonazo.
Una imagen.
Quiero follarme a una tía buena.
Suena el despertador.
Se desnuda y se mete en la ducha. El agua se desliza por su piel con la temperatura justa. Otra vez la imagen. Nota como se le endurecen los pezones. Su mano va al encuentro de su vagina con cierta premura.
Un vaso de leche de soja. Dos tostadas de pan de centeno.
Quiero follarme a una tía buena.
La evidencia empírica de estar casada con un macho alfa de su especie y de ser madre de dos crías hembra gemelas (que ella quería creer que también eran de su especie, aunque a veces lo dudaba) hacían que este pensamiento/imagen recurrente fuera algo inesperado. Aunque como la gente opinaba, y ella también, en esta vida todo era cuestión de perspectiva.
Recordó que varios libros de autoayuda sostenían que los cuarenta era una buena edad para empezar a olvidar ciertas convenciones sociales. Ella tenía 38. A lo mejor es que era un poco precoz. Ahora bien, el asunto no consistía en que alguien quisiera comerse su queso, sino que a ella, de un modo un tanto repentino, le apetecía probar quesos distintos. Cuestión de cabañas ganaderas diferentes.
Decenas de rubias californianas ultrasiliconadas frotaron sus tetas prodigiosas contra su pelvis camino del trabajo. Conducía un SUV lo suficientemente alto y lo suficientemente aparatoso para que llevarse frecuentemente la mano a la entrepierna no supusiera un riesgo para su merecida fama de dama de exquisita elegancia y gustos refinados.
En cuanto se sentó frente al ordenador, abrió el navegador y fue a Google. Era principios de agosto y en la oficina no quedaban ni los becarios. Bueno, estaba aquel chico nuevo que administraba la red local, pero no tenía ni el conocimiento, ni la motivación suficientes para ir más allá de aparentar que hacía algo en todo el día. Además, desde que había aprendido a usar los proxys gratuitos que hay en la Red se sentía segura y ágil, como aquella gacela que ya no teme al león porque sabe que hay otras gacelas más lentas que ella. Tecleó quiero follarme a una tía buena.
El primer resultado era una web de jacas rusas y demás subtipos eslavos, tan rubias como altas, y un tanto anoréxicas, que buscaban varones alfa occidentales para formar familias, o jugar al ajedrez. El segundo resultado era un blog especializado en arte renacentista. El tercero, el blog de un diletante que igual hablaba de vikingos, que de cineastas caboverdianos, o de grupos tibetanos que hacían surf-rock. El cuarto era una web pre-web 2.0 llena de frames, con imágenes de tías desnudas más vistas que el coño de Paris Hilton. El algoritmo de Google ya no es lo que era, pensó decepcionada, mientras cerraba el navegador y abría el Outlook para comprobar las dos cosas que tenía que hacer hoy.
Era mediodia. Estaba aburrida. Tenía hambre. No, tenía gula. Fue al piso de abajo y sacó de la infame máquina una bolsa del producto más alto en colesterol, toxinas y aditivos. Se sorprendió al ver a Berta. Pensaba que estaba ya de vacaciones con ese novio nuevo suyo en alguna isla diminuta de nombre impronunciable. Intercambiaron unos cuantas trivialidades, se rieron con un viejo chiste sobre penes y calibres y cada una volvió a su jaula habitual.
Cuando iba de camino a casa volvió a tener esas imágenes, que ella calificaría de erógenas delante de las amistades, pero que eran, definitivamente, guarras. Guarras, llamemos a las cosas por su nombre. En medio del carrusel de playmates de importación, se distinguió de repente el atractivo rostro y el cuerpazo de Berta. Sólo tenía un año menos que ella, pero parecía mucho más joven. No había parido, se cuidaba, y procuraba cambiar de novio (joven) muy a menudo, por lo que siempre estaba en plena forma. Berta está muy buena. La cabrona, añadió.
La casa estaba vacía y silenciosa. El macho alfa estaba rematando unas cuestiones de trabajo fuera de la ciudad para poder pasar el resto del mes de vacaciones. Las crías hembra estaban con los abuelos en el chalet de la sierra, que ni era un chalet, ni estaba en la sierra, pero diciendo eso se ahorraba un montón de explicaciones ulteriores. Se masturbó concienzuda y despaciosamente mientras se daba la preceptiva ducha del atardecer.
Antes de acostarse navegó un poco. Mientras cenaba, ya había consultado la carpeta del porno del ordenador de su marido, que solían ver los dos juntos en las aburridas tardes de domingo de invierno. Pero no era eso lo que ella buscaba. Predominaba el material de origen Playboy o Private, correctos, pero aburridos. Eran como El Corte Inglés, seguros, pero sin sorpresas. Visitó una web de tías tatuadas, un par de sitios sadomaso, con más cuero que nueces. Hasta se metió en un foro de post-adolescentes amantes del tuning y el fitness y posteó con el nick de Salida_69. Se acostó ante el peligro de acabar en un chat-java de maduritos interesantes.
La mañana siguiente le regaló la secuencia caliente del día anterior. Mientras desayunaba, empezó a sospechar que esto no se solucionaría con un buen par de polvos de su macho alfa. La perspectiva estaba variando, aún no sabía el rumbo final de ese cambio, pero lo que era evidente es que algo se estaba moviendo por ahi dentro.
Escribir 50 veces en una hoja Excel con un tipo Arial 30, negrita, color rojo cereza Quiero follarme a una tía buena no es algo que pase desapercibido en una oficina ni en el mes de agosto. Afortunadamente para ella, la que vio el mensaje inequívoco fue Berta. Sonrió ladinamente y dijo en un tono de voz alto y claro un firme yo también. Las dos mujeres se miraron de un modo que no dejaba demasiados resquicios a la duda. Berta, en un solo y hábil movimiento, recorrió el cuello de su amiga con la uña del dedo índice y desabrochó el primer botón de su blusa. Tardaron diez segundos en llegar al servicio de señoras y cinco en quitarse el sujetador.
Un par de gestiones rápidas en Internet y ya tenían vuelo con destino a Cerdeña esa misma tarde y una habitación en una villa junto al mar. Berta ocupaba un alto puesto directivo en la empresa. Suficientemente alto para justificar su ausencia días antes de las vacaciones oficiales de las dos. Berta estaba muy buena y además era muy operativa.
En un primer momento optó por avisar a su marido de las novedades surgidas con un simple SMS. Pero camino del aeropuerto pensó que esto no sería tan divertido como decírselo de viva voz. Así que le llamó y le informó del nuevo rumbo de los acontecimientos con brutal sinceridad. Él, como ella había previsto, no pasó de unos balbuceos ininteligibles y un par de monosílabos aún menos significativos. Antes de que empezara a rugir, que era la inevitable fase dos por la que pasa el macho alfa de la especie cuando recibe este tipo de noticias, le aclaró que no era algo personal contra él y que ni siquiera estaba segura de que fuera algo definitivo. Que de momento le apetecía tirarse a una tía buena repetidas veces. Nada más. Él sollozó un pocó y ella cortó la comunicación. Era sorprendente comprobar lo sentimental y poco amigo de los cambios que era el macho que le había tocado en suerte, se aventuró a pensar con cierto fastidio. Guardó el móvil en el bolso y besó en el cuello a Berta, gesto que no pasó desapercibido al sudoroso taxista que las llevaba al aeropuerto.
No le sorprendió en absoluto ver en la terminal a un buen número de mujeres de mediana edad, que emigraban en pareja a destinos irreprochablemente meridionales. The call of the wild, razonó, divertida.
La mañana era como la de un anuncio de desodorante. Unas viñas, ya cargadas con sus frutos casi maduros, no muy lejos del balcón. La cinta de un mar publicitaria y convincemente azul. Berta aún dormía. Para ser la primera vez que ambas se acostaban con una mujer, la noche había sido más que prometedora. Tanto que no dudaba en absoluto de que repetirían las operaciones antes y después de cada comida, como recomiendan todos los bromatólogos. Y no descartaba algunos durantes.
La temperatura era suave. El mar estaba en calma. Después de haber escuchado a todos los hombres del tiempo de las diversas cadenas televisivas repetir como un salmo obsesivo aquello de que este verano está siendo muy anómalo, recapacitó sobre el hecho de que quizás pronosticasen algo distinto. Que el tan anunciado cambio climático quizás empezase con sucesos como los que había experimentado ella estos últimos días. Que el deshielo había comenzado cuando unas mujeres habían decidido follarse a otras mujeres. No era más que una hipótesis muy provisional, pero ella ya había empezado a cumplir con su parte de la ecuación.
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