On Her Majesty's Style Service
Para algunos, entre los que me cuento, ser bondiano no es una elección, es algo inevitable. Los fundamentos del Universo Bond no descansan en unos relatos de espías, malos y buenos, con chicas despampanantes y crujientes, sol y lugares paradisíacos, disparos, persecuciones y llaves de kárate, fiestas y secretarias casquivanas, coches rápidos y coitos más o menos trepidantes realizados en lugares insólitos, y una licencia para matar. Bond es una cuestión de Estilo, una weltanschauung. Porque Bond es todo esto:
Un martini al atardecer ofrecido por una elegante, un tanto fría y atractiva anfitriona. El cóctel por antonomasia. Y en materia tan seria no caben matices: incluso el propio Bond es un hereje cuando en ocasiones se atreve a pedir un vodka-martini. Seamos serios, señores. El canon es el canon. Shaken, not stirred, obviously.
Cierto es que Sergio Pininfarina diseñó muy bellos automóviles, y que el Porsche 911 es una hermosa máquina, pero hay algo de distante prestancia en un deportivo británico que es difícil de superar. Y el Aston Martin DB5 es el monarca indiscutible.
Una pluma Montblanc. El más bello objeto diseñado para escribir. Aparecía en Octopussy y contenía una mezcla letal de ácidos nítrico y clorhidríco. Un gadget con el imprescindible toque de clase.
Los nuevos ricos y demás advenedizos lastran sus muñecas con kilos de oro. Los caballeros llevan la perfección hecha acero, cristal de zafiro y exactitud mecánica, un Omega Seamaster.
Las películas clásicas de Bond no hubieran sido tales sin la distinción instrumental de (todos de pie) John Barry. Muy pocos están en la cumbre en la que él se encuentra.
Éstos son unos cuantos ejemplos de en qué consiste la cosmovisión Bond. En otra ocasión hablaré de las películas, los actores y los villanos. Pero era imprescindible explicar por qué para algunos Bond es mucho más que una opción.
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