7 de noviembre de 2005

Rabas

Nada más terminar de recoger todo lo de maleta y poner la lavadora, me siento a escribiros a vosotros, mis amigos de la Internet. ¿Qué dónde me he metido estos días? Pues vuestra Rebeca ha estado en Santander, esa bonita ciudad bañada por el Cantábrico. Pero no os creáis que me he ido de vacaciones a tocarme el chocho, no. Ha sido un viaje de negocios.

Me explico. A uno de mis clientes más antiguos, que también fue una de mis primeras experiencias en la profesión y que aún conservo (ya me diréis si no soy buena en lo mío, que conservo la clientela durante años), cuando tiene que hacer un viaje algo largo por cosas del trabajo le gusta invitarme a alguno de ellos. Así, dice, se le hacen más cortos, y además, se puede descontar un montón de IVA, porque mis servicios le desgravan. Yo creo que, de paso, también blanquea algo de dinero negro, pero yo no me meto en eso... Pues bien, que me avisó que se iba unos días a Santander, y que si le acompañaba. Le contesté que sí, que hacía ya un tiempo que no veía el mar. Y los ingresos extraordinarios me vendrían muy bien, porque le había echado el ojo al iPod nuevo, ese que se ven películas y series de la televisión. Eso y cambiar las cortinas del salón, que como tienen ese color tan sufrido, por mucho que las lave siempre parece que están sucias.

Ni corta ni perezosa, allá que me fui con él a Santander. En avión ida y vuelta. Y hotel de 5 estrellas en la Playa del Sardinero. Como una señora. ¡Lástima que no haya más clientes así!

No había estado nunca en Santander. Es una ciudad bonita y tranquila, Eso sí, debe de llover mucho, porque se nota en la cara de la gente, que parece que está como mustia. Mi acompañante, que llamaremos Tomás (no se llama así, pero yo soy una tumba y guardo en secreto todo lo de mis clientes. Soy muy seria con estas cosas. Porque es lo que digo yo, a las putas nos deberían reconocer el derecho de no revelar nuestras fuentes y secretos, como a los confesores, los médicos o los periodistas. Al fin y al cabo, también somos un servicio público) me llevó a comer y a cenar a los mejores restaurantes de allí. Me gustó mucho el pastel de cabracho. Y las rabas.

A lo mejor algunos de vosotros no sabéis qué son las rabas. Pues son calamares rebozados, lo que pasa es que en vez de ser en anillas, son en tiras planas. Esto me hizo reflexionar sobre España. Porque, vamos a ver, si no nos ponemos de acuerdo ni para llamar a los calamares igual en todos los sitios, no me extraña que se monten los follones que se montan con el País Vasco, con el Estatuto de Cataluña ese, el Ibarretxe o el Carod. Si ya lo decía mi padre, en este país tenemos demasiadas Vírgenes y mucha mala leche.

Bueno os dejo, que tengo que mirar la agenda. Con esto del viaje tengo mucho trabajo atrasado aquí.

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